No sería descabellado decir que las clases de gimnasia en el colegio La Cruz carecían de excesiva sofisticación.
El profesor nos decía: Dad vueltas alrededor del colegio corriendo. En eso consistían las clases de gimnasia. Allí, no habían potros, ni potros dobles, ni aros, ni anillas, ni cuerdas para subirse, ni nada denada
Allí, se jugaba, fundamentalmente, al futbol. Al principio, lo hacíamos en “El patio del centro del colegió”, hasta que rompimos cuatro o cinco cristales de las ventanas y se nos prohibió jugar en ese lugar.
El mejor, entre nosotros, era Gonzalo. Tenía envergadura, altura y clase. Luego, años después lo malearon, pero en la escuela era el mejor. Podía haber llegado. Haberlo conseguido. Haber triunfado. Ser un jugador de primera división de un club importante. Pero yo siempre he creído que triunfar en la vida es llegar a conocer el amor y a ser feliz, y él ahora parece que lo ha conseguido. Ha triunfado.
Recuerdo, que una vez le regatee un balón y se lo dije a un amigo con el mismo orgullo que sí me hubieran otorgado el Balón de Oro.
Nos tuvimos que ir al “Patio del Tío Jumero”. Lo llamábamos así, porque colindaba con la casa y unos pinos de ese señor, que en éxtasis goce. A veces, muchas veces, el balón sobrepasaba el muro que había entre el colegio y la propiedad del Tío Jumero. Nos subíamos a recogerlo, como Dios no daba a entender, y volvíamos con la pelota.
Había otro lugar para pelotear que era “El patio de la palmera”. No explicaré, por razones obvias, porque se le llamaba así. Una vez estando allí, uno de los gallitos del colegio Virges cogió la pelota y le pegó un patadón que salió a la calle. Y eso, que este patio, distaba bastante de donde pasaba la calle.
Yo tuve mi momento de gloría, cuando Blas Garro García ( gran chaval hoy) pero entonces, uno de los gallitos de la clase, estando en el “patio del tio Jumero” cogió la pelota y dijo: O juego o no se juega. No sé por qué, se me debieron cruzar los cables. Le planté cara. Se formó un corro a nuestro alrededor. Yo escuchaba: Dale, dale, dale, dale. Eso mismo, lo escuche, mil y una vez, cuando la peña de totaneros con la que mi padre iba a ver al Real Murcia cuando este era un gallo entre los equipos de segunda división---se le conocía como el “Barcelona de la segunda división del futbol español”-- había un pequeño revuelo y todo quisque decía eso. Yo no sabía a quién iban dirigidos esos ánimos. Esas aclamaciones. Pronto lo averigüe. Blas, me dío un golpe en la cara que tan solo consiguió que se me saltasen las gafas al suelo. Yo, con más fortuna, y siempre, tanto él como yo, con las manos no con los puños acerté a darle una manotazo en pleno cuello. Esto consiguió que Blas se pusiera a llorar. Yo había ganado la pelea. Sí no llego a tener fortuna con este manotazo me destroza vivo, pues tenía mucha más fuerza que yo. Todos, en “El patio del Tío Jumero” acompañaron a Blas en su derrota”. Quizás consolándolo. Yo me quedé solo, camino de la clase, disfrutando de mi pírrica victoria. Ya sabía para quién eran los alientos.
Uno de mis cuatro o cinco mejores amigos de la infancia, Agustín Gonzalo Martínez, me dijo un día, que yo era un oportunista, un Rubén Cano, que entonces era el delantero centro que militaba en el Altético de Madrid. Siempre estaba pegado al potero hablando con él. Entonces ocurría que, sí algún defensa o medio y, al ser este patio muy pequeño, me lanzaba el balón yo, fácilmente, hacía gol.
En lo que ahora es, sin temor a ofender, el centro de Totana: La Plaza de la Balsa Vieja, donde según me decían mis mayores había habido agua también practicábamos el noble deporte del regate y de dar cera, Por supuesto, la Balsa ya estaba seca. Recuerdo a un chaval al que llamaban, no sé por qué: Gua gua y al yo seguir con mi método de siempre: Quedarme delante hablando con el portero me dijo: Alberto, así nunca llegarás a nada. Eso es fuera de juego. Esto también me recordaba la época en la Condomina, el Estadio del Real Murcia, cuando la gente si marcaba un gol el equipo contrario decía : Eso es of sai. Más tarde supe lo que significaba esos vocablos ingleses mal pronunciados.
También había eras. La era alta situada encima de nuestro colegio, el huerto del tío chico, la era de los Granaderos, la era del Baldi... La era de los Granaderos pertenecía a una pariente mía, ya difunta, que en éxtasis goce, que era una mujer absolutamente fascinante. Le gustaba hablar, indagar. Te asestaba preguntas como un boxeador a su rival, hasta llegar a que le confesases tus intimidades. Era graciosa. Tenía labia, desparpajo. A su hijo Pepe, primo lejano mío, lo llaman “ El Maquinas”, nunca supe por qué. Es un chaval sonriente y que siempre está de buen humor. Aunque hace tiempo que no coincido con él, lo apreció mucho.
Mi padre, cuando yo los sábados por la mañana iba a jugar al futbol en la era de los Granaderos venía a verme. Nunca se lo agradeceré bastante. Él creía en mí de niño. Obtenía buenas calificaciones, era aplicado, no me metía en líos,
Como tres profesores, el de la escuela de Santa Eulalia, Crespo. De Santiago, Don Luis. Y de la Cruz de la Misión, Don Valentín eran de la misma edad y amigos, se les ocurrió hacer unos partidos en el campo del Olímpico Juvenil de Totana (por cierto ,a mi padre se debe que dejase de llamarse Olímpico Juvenil, cuando era vicepresidente del club, se percató que había futbolistas que rozaban los cuarenta años y pensó que eso era un disparate).
El mismísimo Chendo vino a mi piso a recoger unas camisetas que mi padre le había regalado al colegio.
Luego pasaba que el equipo que perdía del colegio que fuese el profesor tanto al que ganaba como al que perdía pagaba una Fanta de limón en el extinto Bar Ortiz.
Eran dos categorías la de chavales que cursaban hasta sexto de la antigua EGB y la de los que lo hacían de sexto hasta octavo.
Yo comencé a jugar en la categoría de sexto de EGB. Recuerdo que bajaban a por mí y un chaval que se llamaba y, supongo, llamará con el mismo nombre Bernardo solía cantar: Música de peos, música peos, música de peos, música de peos. Y, así íbamos hasta el campo de futbol Juan Cayuela, del Olímpico,
Los viernes por la tarde, Don Valentín, nos convocaba para preparar las alineaciones. Siempre había quién preguntaba:
- Don Valentín, ¿quién tira los corners?
La respuesta siempre era la misma: Gonzalo.
Daba gusto estar allí. Con las camisetas preparadas para los jugadores del Olímpico que militaban en primera regional o preferente. Por cierto, que, hace unos días, me encontré con “el Pelao”, un lateral izquierdo de primera categoría, y le dije, sin mentirle, que había sido una leyenda para mí. Le pregunté contra qué equipo le habían dado un homenaje, del cual yo supe hace años, y me contestó que contra los veteranos del Bilbao.
Se interesó por mi padre y le dije que estaba bien.
Yo llegué a colar dos goles en estas dos categorías . Uno, a pase de Gonzalo, que, años después, aun se acordaba: Me pasó la pelota alta y yo solo tuve que remontarla un poco para superar por encima al portero. Y otro que, verdaderamente, no puedo ni sé cómo entró entre las mallas. Había un jaleo de defensas ahí y yo lancé el balón y GOLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL!!!!!!!!!!!!!!!!, que dirían los periodistas deportivos.
También jugué en el Convento de los capuchinos. Allí el mejor jugador era “El Chorla “
Tenía clase. Salvando los abismos, se podría decir que había una competencia, ligeramente superior a Gonzalo, pues tenían la misma clase, pero Gonzalo, más altura y más envergadura; y Chorla. Como la que han tenido en los últimos años Cristiano Ronaldo y Messi: Ya digo salvando los abismos. Chorla era más, un jugador de futbol sala y Gonzalo, de futbol.
Por último, decir que mis amigos Alfonso Carlos Molina Legaz e Isidoro Sáez López, el día anterior a una minimaratón para infantes e infantas, o sea niños y niñas me llamaron para apuntarnos. Yo no quería correr. No había hecho preparación previa alguna y sabía que sí llegaba iba a llegar mal. Al final acudí.
Enseguida, los tres ocupamos las tres últimas posiciones. Yo, en uno de los disparates más grandes que he hecho en mi vida, cuando pasé por el antiguo “Bar España” comencé a dar un esprínt como si me estuviese jugando una medalla en unas Olimpiadas, o algo así. Pronto, me desilusionaron unas palabras tan ciertas como subnormal era mi comportamiento: Pero ese no va de los últimos... Me desfondé al instante. Al llegar a la meta, que estaba situada en las, así llamadas, “Casas baratas” como se las conocía entonces, no sé sí ahora, metí un hachazo a mis dos amigos y gané. No se enteró un alma. Habían llegado todos un cuarto de hora antes que nosotros y los tres corriendo como galgos destripados.
Al día siguiente, mis dos amigos me dijeron que sí quería acercarme a coger mi medalla pero no lo hice.. Ellos, sí. Me había quedado el antepenúltimo, qué mérito tenía esa puñetera medalla.
Alberto Martínez Romero